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miércoles, 9 de marzo de 2011

ELECCIONES EN SIMPLELAND

EN EL PAIS DE LOS SIMPLES,  EL TONTO ES REY

Érase una vez un país donde vivían los seres más simples que imaginarse uno pueda. Era tal su simpleza que reducían su esfuerzo a la simple supervivencia, de forma que eliminaban por innecesario todo lo que les podía suponer cualquier complejidad:
            Hablaban con iniciales y palabras abreviadas
            Comían siempre el mismo menú
            Consumían los mismos productos y vestían de la misma manera
            Pensaban igual y maldecían con los mismos  improperios
Hasta tal punto se implantó la simpleza como estilo de vida que desconfiaban de cualquiera que presentara la menor alegación al modelo común, adocenado y repetitivo  con que  les habían instruido desde pequeños la previsible escuela pública del país.
La vida trascurría plácida y somnolienta en SIMPLELAND, que así se llamaba aquella tranquila región de la tierra. Nadie podría decir de donde les venia el nombre, puesto que no existía la memoria colectiva y las tradiciones más antiguas se remontaban a las fiestas de graduación que celebraban con cualquier motivo: acabar la escuela primaria, la secundaria, la universidad (donde nunca suspendía nadie, puesto que las universidades se utilizaban como entidades deportivas y Centro de Fomento del Roce entre adolescentes, sin otra cosa mejor que hacer).
Durante generaciones el esquema funcionó, puesto que la simplicidad de ideas facilita la labor reproductiva y la felicidad asociada a la despreocupación prolonga el sentimiento de bienestar.
Con todo, lo que más llamaba la atención en aquella Tierra de Promisión para los mansos era el sistema de elección de sus gobernantes. Por la forma nadie les hubiera podido tachar de antidemocráticos, puesto que la parafernalia populista era única.
Proclamados los candidatos entre los más dotados por la Madre de todas las Simplezas, los simples mayores de edad podían designar al que preferían por rey. El sistema de elección era muy complejo, como corresponde a algo que hubieran pensado entre los más tontos del país, pero les daba igual no entenderlo porque no lo hubieran comprendido en cualquier caso.
Semanas antes de las elecciones, los candidatos a Tonto Supremo presentaban sus programas, pergeñados con cuatro frases simples, como no podía ser de otro modo. “Si nene malo, pampam al culo”, espetaba el candidato desde el atril. La asamblea de “simples de a pie” rompía en una estruendosa ovación y agitación de banderas, que remataba el candidato con un ofensivo “pipi, caca, culo” dedicado a la oposición en pleno.
Entre bobaliconas reafirmaciones transcurría la campaña. El día de las elecciones hubiera sido absurdo intentar poner orden, así que cada cual decidía como votar: una papeleta o más, en persona, en blanco, en negro, en color, en tecnicolor, en nulo, por correo, por correo certificado, por correo a caballo, por voto delegado, por voto cautivo, por “voto a bríos”,... Total, como luego no había humano que pudiera saber que significaba aquel barullo de papeles, cruces y círculos, notas al pie, mensajes en clave ni caracoles en vinagre, se hacia una gran hoguera en cada colegio electoral con todas las papeletas  y se pasaba la pelota al Consejo Supremo De Lo Simple para que decidiera por Desacuerdo Simplificado quien debía gobernar en SIMPLELAND. Así de simple, y de práctico, no nos engañemos.
Ah, y cuentan las crónicas que en Simpleland se vive de lujo. Por eso no es de extrañar que intenten exportar su sistema político a todo el mundo conocido.
Es lo que tiene ser simple, su generosidad los mata.

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